La seguridad alimentaria de la humanidad pende directamente de la disponibilidad de agua. Una dependencia tan grande como delicada dado el contexto climático y la necesidad imperiosa de generar nuevos recursos hídricos frente al crecimiento demográfico mundial.



Parecemos condenados, en los tiempos que corren, a posicionarnos bajo trincheras ideológicas cuando hablamos de asuntos rurales y agrarios. Todo es política en tiempos de campaña, y la astuta mercadotécnia propagandística trata de poner su pin y su bandera sobre todo aquello que nos es sensible… ¡Qué no hagan lo mismo con el campo!
Es cierto que la agricultura mueve dinero, puestos de trabajo, exportaciones y supone un importante 10% del PIB nacional, pero también lo es que consume el 70% de las reservas de agua dulce. Es un sector sensible que requiere tacto y delicadeza a la hora de regular, porque sus consecuencias medioambientales, sociales y económicas son indiscutibles.



En un país con tres cuartas partes de superficie en riesgo alto de desertificación, la envergadura del problema adquiere tintes dramáticos. No es tiempo para verborrea ni soflamas políticas, la solución está en la ciencia, en los datos, las estadísticas y las alternativas que nos permitan ahorrar, disponer y gestionar mejor el agua.
Según la FAO, en 2050 la producción agrícola tendrá que producir un 50% más para abastecer a la humanidad. Un reto nada peregrino cuyo éxito depende de optimizar los márgenes de mejora y buscar soluciones. Actualmente el 80% de las tierras cultivadas bajo agricultura de secano producen el 60% de los alimentos mundiales, mientras que el regadío produce el 40% restante ocupando el 20%. La productividad del regadío es seis veces mayor, pero evidentemente requiere del combustible más preciado y vital, agua.
El 80% de las tierras cultivadas bajo agricultura de secano producen el 60% de los alimentos mundiales, mientras que el regadío produce el 40% restante ocupando el 20%.



En un contexto marcado por el cambio climático, sería ingenuo mirar al cielo y cruzar los dedos para regar los campos. De nuevo, la solución pasa por la tecnología y el ingenio que nos permita reutilizar, desalar y hacer útil todo aquel agua que todavía desperdiciamos.
La Península Ibérica continúa siendo la zona europea más afectada por el estrés hídrico, con un índice del 42% y un 36% del país en alerta o en emergencia por escasez de agua. En este contexto, es urgente implementar medidas que nos ayuden a disminuir la huella hídrica teniendo en cuenta que para el año 2050 ciudades como Sevilla, Granada, Córdoba y Murcia enfrentarán los mayores riesgos del continente.



Sevilla, Granada, Córdoba y Murcia enfrentarán los mayores riesgos hídricos del continente.
Los Colorados, Desierto de Gorafe, Granada. Andalucía.






Aguas no convencionales
El futuro de la agricultura pasa por usar aguas regeneradas y desaladas
Ante el creciente estrés hídrico y el impacto del cambio climático, España busca garantizar la sostenibilidad agrícola mediante el uso de aguas regeneradas y desaladas. Actualmente, solo el 10% del agua reutilizada se destina a la agricultura, pese a que el sector consume el 70% de los recursos hídricos del país. Regiones como Almería y Murcia, duramente afectadas, ya dependen de estas fuentes alternativas. Expertos y autoridades advierten que sin una rápida inversión en estas tecnologías, el futuro agrícola de España podría estar en grave riesgo.









