Los eventos extremos de este verano de 2022, nos deben hacer reflexionar más allá de lo que pase durante el nuevo año hidrológico que empieza.
En un tórrido verano de récord, las consecuencias del cambio climático se han mostrado rotundas e intratables. Como si el planeta nos quisiera advertir, frente a la indiferencia de muchos, de que el tiempo corre en contra de quien no presta atención a sus señales de humo. Y es que el lenguaje de la naturaleza es tan directo como corporal. Sin eufemismos. Lo que ves es lo que hay.
Para los que no quieren mirar, traduciré algunas evidencias al lenguaje de las cifras: La reserva hídrica española por debajo del 32% de su capacidad. 42 días atrapados en olas de calor. Tres cuartas partes de la superficie del país en riesgo alto de desertificación. 290.000 hectáreas arrasadas por el fuego… Más claro, agua.
Más de 293.155 hectáreas arrasadas
Según los datos de Copérnicus (Sistema Europeo de Incendios Forestales) y el Ministerio de Transición Ecológica, 2022 es el año más devastador del siglo XXI, con más de 293.155 hectáreas arrasadas por las llamas.
Ríos de tinta se han escrito durante el verano sobre la situación de sequía. Las olas de calor, el estado de los embalses, los incendios, e incluso los cortes de suministro de agua, así lo exigían. Imposible hablar de otra cosa. Pero de nuevo, el verano da paso al otoño. Comienza el año hidrológico. Las primeras lluvias y el descenso de las temperaturas apaciguan los ánimos. Tormentas, DANAS, ciclogénesis explosivas… todo forma parte de la nueva estación, e inevitablemente, aunque no solucionan el problema hídrico, nos hacen pensar que el problema de la falta de agua está resuelto. ¿Cómo no hacerlo cuando uno ve ciudades inundadas, ríos desbordados o cultivos arrasados?
Esta paradoja no es más que otro llanto terrenal, otra queja planetaria diluida entre el ruido y la necesidad imperiosa de ver llover. Y es que hay precipitaciones que lejos de ayudar erosionan los suelos y generan destrozos, sin calar en los acuíferos o cicatrizar la agrietada tierra. El planeta se expresa y nosotros interpretamos su mensaje con más o menos acierto, en base a cómo nos afecta. Pero lo que es incuestionable es que el tono ha cambiado. Su acento se ha vuelto agresivo y su lenguaje más dramático. La espectacularidad de sus gestos es proporcional a su demanda. O nos ponemos en marcha y abrimos los ojos, o quizá lleguemos demasiado tarde para poner orden en casa.
«No es la espacie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio»