La riada del 29 de octubre de 2024 se llevó por delante todo lo que se cruzó a su paso. Ante la incrédula mirada de todos aquellos que lo sufrieron, el agua torrencial provocada por la DANA de aquellos días, arrastró a las profundidades del lodo, la vida de más de 220 personas. Y junto a ellas, miles de viviendas, vehículos, infraestructuras y negocios que se encontraban en las 56.000 hectáreas arrasadas por la corriente.
Las cifras son escalofriantes y esenciales para cuantificar la envergadura de lo sucedido. Sin embargo, aquel reguero de destrucción se llevó tras de sí mucho más de lo que los datos pueden registrar. La fuerza de la naturaleza arrebató aquel día, la memoria de decenas de miles de víctimas anónimas, que se verán forzadas a afrontar el futuro despojadas de su pasado. Con las paredes y los cajones vacíos, sin sus libros, sin el álbum de fotos familiar… No hay mirada atrás, todo es vacío. Esta es la condena al olvido a la que se han visto sometidas miles de familias que deben resetear y volver a empezar de cero. Familias que, junto a los recuerdos, perdieron también la fe en los políticos, en las administraciones y en los técnicos. Una confianza maltrecha que también costará reconstruir. Tan solo la enérgica e incansable reacción de los voluntarios, y de las fuerzas de seguridad del estado, han generado un ápice de esperanza en la población, que agradecida, clama por no caer en el silencio mediático o en el abismo de la indiferencia.
En la mañana del 30 de octubre, Utiel olía a gasolina. El apocalíptico escenario de aquel día estaba sumido en un silencio estremecedor. Tan solo el sonido de las palas, las sirenas o el motor de la maquinaria pesada parecían infundir vida al entorno. Los vecinos, callados y con la mirada perdida, se afanaban en la tarea de recuperar sus viviendas. En sus rostros se podía percibir una confusa mezcla de coraje y resignación. Tras la noche más larga, su lucha contra el barro comenzó bajo un sol de injusticia. Fue el inicio de una insustancial lucha por volver a la “normalidad”.
Solo el pueblo salva al pueblo
Según fueron pasando las horas, la desazón inicial de aquel día fue dando paso, en una titubeante metamorfosis, al optimismo. La colaboración y la ayuda entre vecinos, empezó a infundir en la gente una energía contagiosa, generando una sinergia capaz de insuflar ánimo, e incluso entusiasmo, a una población desesperanzada. “Solo el pueblo salva al pueblo”, la célebre frase de Antonio Machado, que tanto se repitió y que tanta polémica suscitó en los medios de comunicación por su interpretación antisistema, tuvo una razón lógica y justificada. El significado que en su día le dio el poeta sevillano en una carta al novelista ruso David Vigodski, describiendo el valor del pueblo español, es completamente atribuible a lo que el pueblo valenciano hizo durante esta catástrofe medioambiental. Fueron los vecinos y los voluntarios que llegaron para ayudar, quienes dieron ánimo a los afectados. No hay razón para no reconocerlo. La desconfianza a veces está justificada. No busquemos rédito político, ideológico o económico en la desgracia. No seamos carroñeros. No podemos mirar hacia otro lado. Aquel 29 de octubre, falló todo lo que podía fallar. Las infraestructuras no estaban preparadas para una catástrofe de esta magnitud. Las inversiones necesarias no se hicieron. El sistema de alerta y el protocolo de alarma demostró ser totalmente ineficaz. Los hogares de la gente resultaron inseguros porque la planificación urbanística, durante décadas, se vio subyugada a intereses económicos. ¿Cómo podemos exigir que los ciudadanos crean en las instituciones? ¿Cómo se lo podemos explicar a un vecino que por tercera vez se le inunda la casa? Lo primero será dar motivos para creer.
No cabe duda de que el impacto humano de esta tragedia ha trascendido todo lo demás. La elevada cifra de fallecidos, junto con las pérdidas personales y emocionales, eclipsaron todo. De la noche a la mañana, los pueblos afectados se llenaron de héroes que arriesgaron la vida por salvar la de su vecino. De jóvenes y niños que se encargaban de buscar agua y comida para los ancianos. De familias que acogían en sus casas a otras familias… Una ola de solidaridad invadió la calle y monopolizó las conversaciones. Mientras que, para la mayoría, la magnitud de lo acontecido se vio reflejado en cada desperfecto, en cada amasijo de coches amontonado en la calle, para los que estuvieron allí, la verdadera historia la escribieron las personas. Testimonios que registraron en el alma lo que aquella tormentosa noche ocultó. Más allá de lo físico y material, su recuerdo permanecerá imborrable por muy limpias que queden las calles.
Una mujer camina por las calles de Paiporta tras acudir a uno de los puntos de recogida de alimentos habilitados en la ciudad. Miércoles 6 de noviembre.
Tiempo para la acción
Tras más de un mes de la tragedia, vivimos todavía sumergidos en la compleja tarea de subsanar lo recuperable, y de reconstruir e implementar las medidas necesarias para evitar desastres similares en el futuro. Es un momento clave para recobrar con acciones, y no promesas, la confianza perdida. Infraestructuras como la nueva canalización del Turia o el embalse de Forata, evidenciaron la efectividad de la ingeniería como medida protectora, pero estamos todavía muy lejos de podernos sentir seguros. El cambio climático acelera e incrementa nuestra exposición ante las tragedias naturales. Los suelos se deterioran a más velocidad debido a la alternancia de fuertes sequías y la erosión generada por las lluvias torrenciales. La frecuencia de episodios como las DANA se ha incrementado con el aumento de las temperaturas, y sus efectos son cada vez más devastadores. Y frente a esta cambiante realidad, solo cabe protegernos. El calentamiento global es una realidad que nos azota de formas variadas, ya sean sequías, olas de calor, tormentas o inundaciones. No debemos afrontar el reto exclusivamente desde una vertiente ecológica o medioambiental. La actividad humana está cambiando el planeta, sí, pero la Tierra seguirá existiendo cuando nosotros como especie ya no lo hagamos. Por eso debemos afrontarlo desde un plano antropológico, porque a fin de cuentas, y egoístamente hablando, nos interesa mantener habitable nuestro hogar. De ahí la necesidad de invertir en concienciación y en infraestructuras que nos protejan, sin obviar la imperiosa responsabilidad de mimetizarnos con las necesidades naturales de un planeta cada vez más exigente. Dejemos ya de hablar de cómo debemos hacer las cosas y hagámoslas ya. No hay tiempo que perder. La naturaleza, como la Rambla del Poyo, sigue su curso, y nosostros los humanos, nos estamos quedando atrás.
LA CANALIZACIÓN DEL TURIA
El Plan Sur fue una pieza clave para evitar la inundación del núcleo urbano
La canalización del río Turia, conocida como Plan Sur, ha sido crucial para proteger a Valencia durante la reciente DANA. Esta infraestructura, creada tras la riada de 1957, desvió el cauce del Turia hacia el sur, evitando así que las aguas desbordadas impactaran gravemente el núcleo urbano de la ciudad. El nuevo cauce actuó como una barrera eficaz, desviando el caudal y conteniendo las inundaciones provenientes del sur, en especial de la Rambla del Poyo. Sin embargo, la falta de obras complementarias, como la conexión del barranco del Poyo con el nuevo cauce, proyectadas desde 2007, ha dejado a las zonas periféricas de Valencia, como l’Horta y la Hoya, en situación altamente vulnerable a las crecidas. Especialistas subrayan que si estas intervenciones se hubieran completado, se podría haber mitigado el impacto del temporal en las zonas agrícolas y residenciales circundantes.
El Plan Sur, aunque efectivo, evidencia la necesidad de una revisión y actualización de las infraestructuras hidráulicas para enfrentar fenómenos extremos cada vez más frecuentes debido al cambio climático.
Negocios arrasados
El 27% de las empresas de la provincia se vieron afectadas.
En la imagen, un hostelero desalentado en su local de Paiporta.
La DANA causó daños significativos en el tejido empresarial de la región. Según datos de la Cámara de Comercio de Valencia, se estima que más de 48.700 empresas se vieron afectadas, lo que representa aproximadamente el 27% del total de empresas de la provincia.
En cuanto a los establecimientos comerciales y locales, se reportaron daños en más de 34.800 locales, establecimientos, naves y oficinas. Además, alrededor de 355.000 trabajadores y 51.000 autónomos se vieron impactados por las consecuencias de la DANA. El sector industrial sufrió pérdidas considerables, con cerca de 2.400 empresas industriales y 2.888 naves seriamente afectadas, lo que supone el 20% del total de la provincia de Valencia.
El problema del agua
La DANA dejó sin suministro de agua potable a 600.000 personas
El paso de la DANA por la provincia causó interrupciones graves en el suministro de agua potable, afectando a unas 600.000 personas. Los daños en las infraestructuras de abastecimiento dejaron a localidades como Paiporta, Catarroja y otras de la comarca de l’Horta Sud sin acceso al servicio, obligando a los vecinos a depender de camiones cisterna y agua embotellada para cubrir sus necesidades básicas.
En algunas localidades, aunque el suministro fue parcialmente restablecido, las autoridades recomendaron hervir el agua antes de consumirla debido a posibles contaminaciones. Ante la emergencia, se movilizaron camiones cisterna y se organizó la distribución de agua embotellada en las zonas más perjudicadas.
Las autoridades priorizaron la reparación de las plantas potabilizadoras y las redes de distribución dañadas, con el objetivo de normalizar el servicio en el menor tiempo posible.